Un famoso profesor espiritual se presentó a las puertas del palacio real. Como era un personaje conocido, ninguno de los guardias lo detuvo hasta que llegó a la misma sala del trono. El rey se encontraba sentado allí. —¿Qué deseas? —preguntó el rey, que inmediatamente reconoció al visitante. —Me gustaría dormir en esta posada —contestó el sabio. —¡Pero esto no es una posada! —clamó el rey—. ¡Es mi magnífico palacio! —¿Puedo preguntaros quién poseyó esta casa antes que vos? —Mi padre, que está muerto —contestó el monarca. —¿Y antes que él? —Mi abuelo, que también está muerto. —¿Y a un lugar donde van y vienen gentes de paso no lo llamáis posada?