«De joven fui revolucionario y mi oración permanente a Dios era:
Señor, dame la energía para cambiar el mundo.
Cuando llegué a la madurez y vi que había pasado
la mitad de mi vida sin cambiar a una sola alma,
mi oración se transformó en:
Señor, dame la gracia de cambiar
a los que estén en contacto conmigo,
sólo a mi familia y amigos, y estaré satisfecho.
Ahora que soy viejo y mis días están contados,
he comenzado a entender cuán necio he sido.
Mi única oración ahora es:
Señor, dame la gracia de cambiar yo mismo.
Si hubiera orado así desde el principio
no hubiera desperdiciado mi vida».
Un místico desconocido oriental